Monasterio de Palazuelos

 

 Está situado a tres kilómetros de Cabezón, pertenece al término municipal de Corcos del Valle desde que una reordenación de límites englobó la actual iglesia monacal en la finca de Aguilarejo. En cualquier caso, no podemos dejar de señalar al visitante la existencia de tan bella construcción y de su importancia histórica  

Monasterio de Palazuelos

Monasterio de Santa María de Palazuelos

EL ORIGEN DE LOS MONASTERIOS

Los primeros monjes del cristianismo fueron aquellos que, en el siglo IV, buscaron una vida de soledad para entregarla a Dios. La vida en solitario de estos monjes (del latín monachus, solitario) fue sustituida por comunidades pequeñas que organizaban su vida según una regla y en torno a un edificio común, llamado monasterio. La figura más importante del monacato occidental fue San Benito de Nursia (Italia) quién escribió la Regla Benedictina, que fue seguida por los llamados “monjes negros” (haciendo alusión al color de sus hábitos). Dicha regla combinaba el rezo y el trabajo manual (ora et labora), sometiéndose a la pobreza, al silencio y a la obediencia. Así mismo, abogaba por la autosuficiencia económica de los monasterios, estableciendo la autoridad indiscutible del abad y la sujeción de la vida monacal a un estricto horario.

El desarrollo de la Orden fue tan grande, que en el siglo XI llegó a contar con 1.500 fundaciones por toda Europa, acumulando riquezas y poder. Con el paso de los siglos y la ramificación de la Orden, las premisas iniciales de austeridad fueron perdiéndose, pues los monasterios contaban cada vez con mayor poder económico y político, todo ello muy lejano de la penitencia, pobreza y soledad que tenían que practicar para seguir fielmente la Regla de San Benito. Esto provocó el surgimiento de corrientes renovadoras que proclamaban la vuelta al rigor ya perdido de la vida monacal. Aparecieron nuevas órdenes, como los Cartujos, los Premostratenses o los Cistercienses. 

ORIGEN DEL CISTER Y SUS FUNDADORES

            En 1098, Roberto de Molesmes fundó el Monasterio Císter en Cíteaux, cerca de Dijon. Su sucesor, San Alberico, obtuvo en el año 1100 el reconocimiento de la nueva Orden por parte del Papa, otorgando al monasterio la protección de la Santa Sede. Pero sería el tercer abad, San Esteban, el que en 1119 dotó al Císter de una regla propia, conocida como la “Carta de Caridad”, en la que se establecían las normas comunitarias: total pobreza, obediencia a los obispos y dedicación al culto divino. En pocos años, la Orden contaba ya con 343 monasterios. La máxima benedictina Ora et Labora fue recuperada alternando rezos y trabajo, renunciando al lujo y a la decoración en las iglesias, implantando la sencillez en la vida monacal. 

A finales del siglo XII la Orden experimentó la máxima prosperidad y expansión de su historia. Desarrollaron técnicas para hacer utilizables terrenos baldíos, crearon métodos de producción, y distribuyeron y vendieron grano y lana. Así mismo, expandieron la arquitectura gótica por toda Europa, y dedicaron tiempo y esfuerzo a recoger y copiar manuscritos para sus bibliotecas. A finales de la Edad Media, contaban con más de 700 abadías. 

ORGANIZACIÓN INTERNA DE LA ORDEN DEL CISTER 

La organización de la Orden del Císter se basaba en la filiación. Existía una dependencia de cada monasterio, con respecto a una de las cinco abadías más importantes, Císter, La Ferté, Pontogny, Claraval y Moribundo. Los abades de éstas mantenían el control sobre aquellas, consiguiendo que el sistema funcionara perfectamente, y que los cenobios se desarrollasen de forma correcta dentro de la Orden.

FUNDACIÓN DE UN MONASTERIO 

La fundación de un monasterio era un proceso largo, con una duración de varios años. Lo habitual era que, en la adquisición de los terrenos, interviniera algún noble o rey (quienes, en muchos casos, serían enterrados en las iglesias de los propios monasterios). Éstos donaban alguna de sus propiedades para que se estableciera el cenobio y entregaba la suficiente cuantía para que se construyera el edificio. Con el paso del tiempo, seguían contribuyendo a la supervivencia de la comunidad proporcionando beneficios fiscales. Después de obtener los terrenos, era necesaria la dotación oficial de la toma de la posesión, la confirmación del rey y, finalmente, la del Papa.

El territorio donde se asentaba debía ser fértil, pues la ganadería y la agricultura constituirían la base de la supervivencia de los monjes. La primera zona que se construía era la iglesia. Se continuaba por el claustro regular, en el que se situaban las dependencias propias de la vida de los monjes, como el dormitorio, la sala capitular, la cocina, el refectorio o el calefactorio. Con el paso del tiempo, los monasterios se convirtieron en lugares de hospedaje para los peregrinos, y por ello se ampliaron sus dependencias. Se construyó entonces el claustro de las hospederías, en cuyo entorno se distribuyen las habitaciones en las que se cumplían estas tareas, como la enfermería, la botica, los dormitorios o las cocinas. Distribuidos por el territorio que poseía el monasterio, se encontraban otros edificios cuyo fin era la explotación de los recursos naturales. Así, había granjas, cuya distancia del monasterio no debía ser superior a un día de camino, y que se ocupaba de cultivar las tierras o cuidar la ganadería, así como la explotación de los bosques. Además se podían encontrar molinos y piscifactorías. Todas estas actividades eran desempeñadas por gentes conversas o legos, en cualquier caso nunca monjes, ya que estos no podían abandonar el monasterio.

La vida diaria en el cenobio se organizaba siguiendo la norma del Cister, ora et labora y según los aspectos de la doctrina del Císter: aislamiento, pobreza, devoción a la Virgen María, unificación espiritual y material de la vida monacal y equilibrio entre la autoridad central y la autonomía de los monasterios. La actividad intelectual fue considerada de importancia para los cistercienses.

La oración marcaba el transcurso del día, de forma que eran ocho las oraciones que se celebraban en cada jornada: maitines (oficio nocturno), laudes (al alba), prima (al salir el sol), tercia, sexta mediodía), nona, vísperas y completas. Fuera de estas actividades, los monjes trabajaban en las tierras aledañas al monasterio, en los almacenes, en las cocinas o copiando manuscritos. Las tareas diarias se realizaban en silencio pudiendo hablar únicamente en la sala locutorio, en la que se distribuía el trabajo diario, y en la sala capitular, donde se leían capítulos de la Regla y el abad impartía justicia. La vida del monasterio estaba marcada por la austeridad, empezando por sus hábitos, que eran blancos para no tener que ser teñidos. Los dormitorios eran comunes, una sala diáfana donde todos los monjes dormían juntos, sin compartimentar el espacio. La comida era frugal, reduciéndose en época de ayuno, a una única vez al día. Se alimentaban de pan, legumbres, fruta, vino, pescado y queso, y lo hacían también en silencio, mientras uno de los monjes leía en el refectorio.

LOS MIEMBROS DE LA COMUNIDAD MONÁSTICA

 

En un monasterio cisterciense, además de la comunidad religiosa, se asentaba un número variable de personas cuya vida estaba vinculada al cenobio. Vivían en granjas o caseríos, trabajando en las fincas del monasterio o cuidando las cabañas ganaderas.

Los monjes, conocidos como monjes de coro, debían ser de origen noble y tener cierto nivel de estudios. Su hábito estaba constituido por una túnica blanca, escapulario negro con capucha, cinturón, una cogulla amplia y calzado. En un cenobio pequeño el número mínimo de monjes era de doce más el abad, pero en los más grandes podían llegar a ser hasta quinientos. El más importante es el abad, autoridad máxima del monasterio que goza de independencia de los obispos. Al cillero le correspondía la intendencia del monasterio y estaba al cuidado y administración del almacén o cilla. El maestro de novicios cuidaba y preparaba a los jóvenes que residen en el monasterio, con el fin de convertirse finalmente en monjes tomando el hábito. El sacristán atendía la iglesia. También había hermanos porteros, roperos, escribanos, maestros de obras, cantores, enfermeros, boticarios, hospitaleros, refitoleros (que cuidan el refectorio), maestros de conversos, encargados del calzado, etc.

Los conversos eran hermanos laicos. Su dedicación estaba encaminada a la producción agropecuaria y otras tareas económicas dentro del conjunto del monasterio y en sus granjas. Vestían un hábito de color más oscuro y más corto y vivían en los edificios del monasterio sin compartir los espacios destinados a los monjes de coro.

La familia monástica estaba constituida por hombres, mujeres y niños que vivían en las cercanías del monasterio y trabajaban para los monjes.

Los viajeros y laicos podían vincularse circunstancialmente a la vida del monasterio alojándose en la hospedería. Así como los enfermos pobres e indigentes, que recibían ayuda y cuidados en algunos de estos monasterios a los que acudían para recibir tratamiento en el hospitium, recibir limosnas, comida, etc.

ORGANIZACIÓN DE LA VIDA MONACAL

 

Las jornadas en el monasterio discurrían de una forma reglada y rígida, sometida a la disciplina, obediencia y autoridad del abad y a la Regla de la Orden. El abad era la máxima autoridad en el monasterio y tomaba todas las decisiones sobre la vida en el cenobio, tanto de índole económico como espiritual.

– La actividad espiritual de los cistercienses se basaba en el Oficio Divino (Opus Dei) y se desarrollaba en el coro, con una duración aproximada de seis horas diarias a las que había que añadir las misas. Las obligaciones espirituales de rezos comunes se alternaban con la lectura de libros devocionales (lectio divina) que se llevaba a cabo en armalorium, el nicho en el que se guardaban las lecturas. El silencio obligado que la clausura imponía, únicamente se rompía para los rezos cantados en el coro, la lectura de la Regla, la distribución de las actividades diarias por parte del prior y las confesiones públicas que se realizaban, delante de toda la comunidad, en la Sala Capitular. Para subsanar las necesidades de comunicación indispensables se acudía al locutorio, aunque también se recurría, para las cuestiones de urgencia, a un lenguaje de signos sencillo y suficiente.

– El trabajo manual era indispensable y se desarrollaba durante unas seis horas diarias durante el verano. A la llamada de la campana que convocaba al oficio divino los monjes debían dejar sus quehaceres y dirigirse con diligencia al coro de la iglesia.

– El trabajo intelectual fue denostado en los momentos iniciales de la Orden. Sin embargo a partir del siglo XIII se consideró indispensable la formación de los monjes, creándose el Colegio Bernardo de París. A partir de ese momento se entiende la actividad intelectual como un elemento más del trabajo y la vida de los cistercienses.

– El descanso y la comida. Los monjes del Cister debían realizar un lavatorio de manos en la fuente que se hallaba en el claustro antes de comer. Su comida se llevada a cabo en el refectorio y consistía en una generosa ración de pan, verdura y fruta que se acompañaba con vino, aunque enfermos y monjes de cierta edad podían tomar además carne y pescado. Durante la comida, que se realizaba en absoluto silencio, un monje leía la Biblia desde un púlpito.

La distribución de los tiempos estaba marcada por el sacristán, con el tañido de las campanas, que se encontraban en los monasterios en diferentes espacios. La de mayor tamaño se localiza sobre la espadaña de la iglesia y era utilizada para convocar a misa, anunciar la comida y los oficios de los conversos. La segunda se localiza junto al dormitorio y avisaba de los oficios de los monjes y la tercera, situada en el refectorio, se utilizaba para la acción de gracias tras la comida.

 LOS DOMINIOS DEL MONASTERIO

Los monasterios de la Orden del Cister fueron un elemento imprescindible de colonización de tierras, así como un elemento de control y ordenación territorial, que se convirtieron enseguida en señoríos feudales bajo la autoridad del abad. A las donaciones iniciales de nobles y reyes para la instalación del complejo monacal, se sumaron otras realizadas por fieles, además de la incorporación de bienes por compras o cambios, por iniciativa particular de cada centro. Así pasaron a convertirse en centros económicos que englobaban tierras de labor, viñas, pastos, montes, fuentes, molinos y gentes de las que recibían el 10% de la cosecha (el diezmo), el pago de impuestos, etc. Los recursos eran muy variados y abarcaban explotaciones agrícolas, ganaderas, la producción de vino, la piscicultura, la explotación maderera, la minería de la sal o el hierro, etc.

MONASTERIO DE SANTA MARÍA DE PALAZUELOS

El templo del desaparecido Monasterio Cisterciense de Santa María de Palazuelos es Monumento histórico Artístico (BIC) desde el 3 de junio de 1931.

Sus restos se localizan al nordeste de Valladolid, a unos 19 km de la capital, y a 2,5 km al norte de Cabezón de Pisuerga, junto al Canal de Castilla. Se ubica en la margen derecha del río Pisuerga.

HISTORIA DEL MONASTERIO

Alfonso Téllez de Meneses, hijo de Don Tello Pérez y de Gontroda García, y biznieto del Conde Ansúrez, fue II Señor de Meneses y I de Alburquerque. Además de gobernador de Valladolid ostentó el señorío de diversas villas del entorno vallisoletano, como Cabezón, Tudela, Portillo o San Román. Su brillante actuación al lado de Alfonso VIII en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212 motivó que el monarca les entregase a él y a su segunda mujer Teresa Sánchez (hija de Sancho I de Portugal), la villa de Palazuelos el 28 de julio de 1213. Unos días más tarde, el susodicho matrimonio cedió dichas tierras al convento cisterciense de San Andrés de Valvení, con la condición de que trasladase su convento a este lugar. El mismo Alfonso Téllez sería enterrado en el templo del monasterio, así como su mujer, hijos y nietos.

En 1226 se llevó a cabo la consagración del altar. El resto de los edificios estuvieron acabados en 1254, cuando la comunidad de Valvení se trasladó definitivamente al nuevo monasterio.

Este lugar fue testigo de la celebración de hechos históricos de diferente envergadura:

–         Alfonso XI en 1313contaba con 6 años de edad cuando en el claustro del monasterio se dieron cita los concejos de Castilla para establecer su regencia y tutoría hasta su mayoría de edad doce años después. Dichas responsabilidades recayeron en su abuela, Dña. María de Molina, su tío el Infante D. Juan, y su tío-abuelo el Infante D. Pedro. Este suceso se conoce como “Acuerdos de Palazuelos”.

–         Carlos I, en su retiro hacia Yuste, hizo parada en Cabezón, donde conoció a su nieto Don Carlos. Ambos visitaron Palazuelos y allí escucharon misa. Era el 20 de octubre de 1556.

–         Felipe II realizó numerosas visitas al monasterio. Entre las más relevantes, cabe destacar la que realizó durante el viaje que le llevó de Madrid a Tarazona ( Zaragoza) para celebrar las Cortes, pernoctando en la abadía el 25 de agosto de 1592.

–         Felipe IV, durante la Guerra de los 30 años, reunió allí a sus tropas en julio de 1638 para marchar a Fuenterrabía, donde el ejército español conseguiría poner fin al asedio francés el 8 de septiembre del mismo año.

Al ser cabeza de la Orden del Císter en Castilla, en el Monasterio se celebraban cada tres años los denominados “Capítulos Generales” en los que se acordaba la gestión de las finanzas y de los bienes inmobiliarios de las abadías.

El monasterio continuó próspero hasta bien entrado el siglo XIX, pues fue víctima de un incendio provocado por los franceses durante la Batalla de Cabezón en 1808. Pero su declive definitivo fue propiciado por las desamortizaciones decimonónicas, especialmente la de Mendizábal (1834-1854). Fue la más importante de todas, no sólo por su volumen y la rapidez con que se llevó a cabo, sino también porque a partir de ese momento la desamortización fue un proceso irreversible y afectó a los bienes eclesiásticos. El monasterio pasó a convertirse en una explotación agrícola.

Tras este suceso, la iglesia pasó a ser parroquia abierta al culto los días festivos hasta la primera mitad del siglo XX. Desde entonces, su abandono propició el expolio y el vandalismo de forma continuada, por lo que el Obispado, durante los años 90, rescató del templo los bienes más valiosos y la iglesia fue desacralizada.

Estuvo a punto de renacer cuando en 1996 optó por ser sede del Museo Provincial del Vino, pero la Diputación Provincial de Valladolid se decantó finalmente por el Castillo de Peñafiel. En ese mismo año, Cabezón de Pisuerga lideró un grupo de doce municipios que pretendían con urgencia la restauración de la iglesia, cuya cubierta amenazaba con derrumbarse. Se hicieron llamamientos a las distintas instituciones públicas y eclesiásticas, así como avisos a la prensa para reforzar sus peticiones. Pero el paso del tiempo fue implacable y no perdonó la lentitud burocrática: en enero de 1998 se derrumbó un tramo del tejado llevándose consigo la espadaña gótica y buena parte de la bóveda del ábside. Posteriormente, se le proporcionó al templo una cubierta nueva, aunque se relegó nuevamente una restauración en profundidad, quedando el templo temporalmente cerrado para su contemplación.

DESCRIPCIÓN DEL MONASTERIO

La austeridad, la sencillez y la sobriedad definen esta edificación. Al principio, las construcciones cistercienses solían ser de madera, adobe o se levantaban con sencilla mampostería de piedra. Las grandes realizaciones en sillería formando potentes muros y amplias bóvedas que han llegado hasta nosotros, son obras de la época de esplendor de la Orden y aún así, se advierte la falta de ornamentación, la carencia de elementos superficiales y una característica desnudez de los muros en un intento de que nada pudiera distraer a los monjes de sus rezos: ni pinturas, ni esculturas, ni coloridas vidrieras cerrando las ventanas.

Al margen de las dependencias ocupadas por los laicos, el núcleo monacal propiamente dicho lo componían las dependencias residenciales y la iglesia, que venían a formar lo que se denomina el cuadrado monástico que solía estar integrado por:         

El claustro. Es una galería de cuatro lados, de entre 25 y 35 m de longitud, que se abre a un patio central mediante arquerías. En los monasterios cistercienses suele haber dos claustros. El reglar es el que se construye inicialmente, a la vez que la iglesia y siempre junto a ella. En torno a éste se distribuyen las dependencias propias de la vida de los monjes (sacristía, sala capitular, locutorio, dormitorios, refectorio, cocinas, pasillo de conversos, bodegas…). Desde él se accedía directamente a la iglesia. El claustro de las hospedería se construye cuando el monasterio ya está en uso y se dedica a la atención de los peregrinos que acuden al monasterio en busca de cobijo. El cuidado de peregrinos, viajeros y enfermos pobres forma parte del espíritu cisterciense. Se levanta más alejado del templo y sin acceso directo, normalmente al oeste del claustro reglar. En su entorno se encuentran las dependencias necesarias para el cuidado a los peregrinos que eran atendidas por los hermanos (la portería donde se les recibía, la botica que se surtía de productos naturales, la enfermería o los dormitorios…) y las propias de los criados que se ocupaban de dar estas atenciones a los huéspedes. Con esta disposición se conseguía que la acogida y el cuidado a los peregrinos se realizara en el monasterio de forma independiente al desarrollo de la vida monástica, por lo que no se perturbaban así las actividades diarias de los monjes.

La sacristía. Se sitúa en el claustro reglar, junto al brazo meridional del crucero. Esta sala tenía acceso directo desde la iglesia y el claustro.

La fuente. Se sitúa en el claustro reglar, normalmente en posición central, aunque también puede hallarse junto a una panda. El agua era un elemento indispensable en la vida monástica por lo que todos los cenobios se fundaban en zonas con abundancia de agua.

La sala capitular. Es la más importante de todo el monasterio lo que suele conllevar que sea la sala que presenta una arquitectura más bella. Es una habitación de planta cuadrada con columnas que subdividen el espacio y que sustentan bóvedas de arista. Presenta un banco corrido alrededor de tres de sus lados en el que los monjes se sentaban cuando leían capítulos de la Regla o discutían asuntos relativos al orden interno del monasterio. Se abre al claustro reglar en su galería este, con tres arcadas, de las cuales la central es el acceso y las laterales, ventanas.

El dormitorio de los monjes. Se solía ubicar en la segunda planta del claustro reglar, en la panda del capítulo, y era un espacio diáfano, de planta rectangular, en el que la comunidad dormía. Estaba comunicada con el claustro por la escalera de día y con la iglesia, por la escalera de maitines, que desembocaba en el crucero, para así acceder directamente en el momento de la oración nocturna. Hasta el siglo XV los dormitorios cistercienses son una gran sala con camas corrida imponiéndose, a partir de entonces, el uso de celdas individuales.

El dormitorio de los novicios. Era el lugar donde éstos dormían, separados de la comunidad monástica y situados fuera del claustro reglar.

Las dependencias de los conversos se localizan en la panda occidental del claustro reglar. Agrupaban áreas para el uso de este grupo como el dormitorio o la cocina, amén de otras zonas de servicio, tales como el almacén o cilla y la bodega. Además de una pasillo paralelo a la galería del claustro, por el que los conversos podían pasear sin interferir en la vida de la comunidad religiosa y que desembocaba en la puerta por la que entraban al templo, la huerta de conversos. Es una serie de dependencias en las que este grupo que vivía y trabajaba en el monasterio, realizaba sus actividades diarias apartado de la comunidad religiosa.

El armalorium. Es un nicho excavado en el brazo sur del crucero que se abre al claustro, donde se depositaban los libros que los monjes usaban en los ratos destinados a la lectura, practicada normalmente en la galería oriental del claustro.

La cárcel. Era una pequeña estancia que se situaba en el hueco de la escalera que daba acceso al segundo piso del claustro reglar, al dormitorio de los monjes. Este pequeño espacio se provechaba como prisión donde los monjes cumplían penas impuestas por el abad.

El locutorio. Se encuentra en la panda del capítulo, junto a la sacristía y la escalera. Es una pequeña sala de planta rectangular, la única en que se permitía hablar. En ella se organizaba el trabajo diario de los monjes.

Las letrinas. Se localizaban junto al dormitorio de los monjes. Son muy pocos los restos que se conservan de éstas y lógicamente se situaban junto a las canalizaciones, donde desaguaban.

El calefactorio. Se situaba en la panda sur del claustro. Es la única sala con calefacción del monasterio, a la vez que la mejor iluminada por el mayor número de ventanas abiertas en ella. Era donde los monjes se encargaban de copiar textos y pasaban largas jornadas.

El refectorio. Es el comedor de los monjes en el que se disponía un púlpito para la lectura de obras piadosas durante la comida. Se encontraba en la planta baja con acceso desde el claustro reglar, en la panda sur, y en comunicación con la cocina.

La cocina. Se situaba también en la panda meridional del claustro, con comunicación directa con el refectorio y cerca del almacén y la bodega, que se localizan en la galería oeste del claustro reglar 

           La Iglesia. El templo tiene planta basilical, con tres naves de cuatro tramos cada una de ellas.La cabecera, orientada al este, se compone de tres capillas con tramo recto que termina en cabecera poligonal, en el caso de la central dedicada a la Virgen, y semicircular en las dos laterales. Esta diversidad en la cabecera del ábside principal, poligonal, y los laterales, semicircular, es un hecho singular dentro de la Orden del Cister. Adosada al ábside central existe una especie de girola, construida en el siglo XVI y utilizada como sacristía que aparece decorada con frescos. El crucero de la iglesia no destaca en planta pero sí en alzado. Está compuesto por tres tramos, el central, cubierto con bóveda de crucería, más otro en cada uno de sus brazos, con bóvedas de cañón. Estos restos, cabecera y crucero, del siglo XIII, son los más antiguos conservados siendo, el resto del templo, fruto de la reforma clasicista realizada en el siglo XVI por Juan de Nantes, motivada por el hundimiento que sufrió buena parte del edificio a causa de un rayo.

En el primer tramo de la nave sur se abre la puerta de los monjes que conducía al claustro y que actualmente se encuentra tapiada. En el extremo oeste del último tramo de esta misma nave se practica la puerta de conversos que en la actualidad se encuentra parcialmente cegada. En cuanto a las dependencias monásticas, del claustro reglar, situado al sur del templo, sólo podemos ver dos arranques de arcos junto a la puerta de los monjes y la de los conversos, y otro en el muro occidental de la sacristía. Su construcción data del siglo XVI. Las dependencias en torno al claustro también han desaparecido, pudiéndose sólo ver la sacristía y su pequeña capilla aneja, ambas medievales. La sacristía es una sala de planta ligeramente rectangular, de un solo tramo y cubierta con bóveda de crucería cuatripartita, cuya construcción es contemporánea a la iglesia, de mediados del siglo XIII.

Los capiteles interiores, muy elaborados y elegantes, poseen decoración vegetal estilizada en forma de hojas cuyos tallos se ajustan a la parte inferior, más estrecha, del capitel, mientras que en la superior se avolutan y rizan con un notable ensanchamiento.

Además de la arquitectura, este templo atesora un magnífico conjunto de sepulcros. Al menos han podido catalogarse diez. De estos sepulcros, los tres mejor conservados se trasladaron en 1964 al Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid. Los restantes, en avanzado estado de deterioro, se encuentran recogidos en la capilla de Santa Inés (situada en la nave del Evangelio y a la que se accede por una puerta en el brazo norte del crucero, junto a la cabecera). Son sarcófagos elevados del suelo mediante sillares tallados frecuentemente en forma de león o de animal fantástico. Es el tipo de sepulcro preferido por las grandes familias nobiliarias en estos territorios de Castilla durante la segunda mitad del siglo XIII y principios del XIV, con la figura yacente sobre la tapa y escenas del entierro en las caras. Aquí están enterrados el fundador Alfonso Téllez de Meneses (†1230) y su segunda mujer Teresa Sánchez de Castro. La documentación del monasterio insiste en que allí está enterrada la madre de María de Molina, doña Mayor Alfonso, nieta del fundador. En uno de los sepulcros hay una inscripción que dice «cembris obit Allefonso decimo». Esta referencia alude a Alfonso infante de Molina, hijo del rey de León, Alfonso IX, fallecido en 1252.

“HOC ALTARE EST CONSTRUCTUM IN HONORE BEATE VIRGINS MARIE SU ERA M CC LXIIII”

“ESTE ALTAR SE HA LEVANTADO EN HONOR DE SANTA MARÍA VIRGEN EN LA ERA DE 1264”

En la capilla mayor encontramos los monumentales escudos de armas de Carlos V situados en los laterales de la capilla mayor. También aparecen restos de otras pinturas referentes a escudos de la Orden del Císter. Al lado del evangelio del presbiterio se localiza la lápida conmemorativa de la construcción del altar de Santa María. En ella se lee: 

Existen restos de figuras esculpidas de leones. En el arte románico, la imagen del león se presentaba como el guardián del templo. Representaba la fuerza justiciera de Dios y su implacable poder de justicia, castigando al infiel y pecador.

Ya en el exterior, podemos observar el mismo estilo sobrio y sencillo característico del románico. Podemos observar capiteles distintos a los de interior: capiteles de amplias hojas lisas y carnosas rematadas en brotes vegetales, capiteles de hojas planas desplegándose en ramificaciones florales, capiteles de crochets con tallos anchos y nervios marcados, capiteles de hojas con múltiples lóbulos dispuestos en dos niveles y, por último, capiteles figurados en los que encontramos parejas de dragones afrontados que cruzan cuellos y colas, abriendo sus fauces para morderse; o bien, sirenas-pájaro provistas de caperuza y largas colas de serpiente entrelazadas.